La perspicacia de constructores y arquitectos sensibles les ha llevado a intuir durante generaciones que los lugares que creamos pueden afectar nuestros pensamientos, sentimientos y modo de comportarnos, como puede comprobarse en templos grecorromanos y catedrales.
Recientemente, científicos especializados en el comportamiento han aportado a esta creencia una base empírica.
Los espacios arquitectónicos influyen sobre nuestra existencia y calidad de vida. La mayor parte del tiempo que permanecemos en el interior de edificios cerrados lo empleamos en casa o en la oficina. Nos debería preocupar la calidad de la construcción, el ambiente, la iluminación, el mobiliario o el color de las paredes tanto en casa como en el trabajo.
Una nueva generación de arquitectos se reencuentra con los conocimientos humanos ancestrales y pretende generar edificios saludables para sus habitantes y el medio ambiente.
Espacios que afectan nuestra mente
Un espacio puede ser diseñado para facilitar y promover la creatividad, la concentración, el estudio, el estado de alerta, la relajación o la intimidad social. Una casa o edificio no sólo genera una huella ecológica, durante su construcción y a lo largo de su ciclo de vida útil, sino que afecta nuestro comportamiento.
La altura de los techos; el tamaño, orientación y vistas de las ventanas; la naturaleza del mobiliario; o el tipo e intensidad de la iluminación, repercuten sobre nuestra calidad de vida y actúan como freno o impulso de fuerzas como la creatividad.
Joan Meyers-Levy, profesora de la Carlson School of Management, ha constatado que la altura de un techo afecta el funcionamiento del cerebro. Las habitaciones con techos altos generan propensión a pensar de un modo más libre y abstracto, mientras las habitaciones con techos más bajos provocan una mayor atención hacia el detalle.
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